Yo, tornillo oxidado y diva del apocalipsis

 


Me llamo Unidad 47-B, pero eso suena demasiado a tostadora con complejo de calculadora científica. Prefiero que me llamen “diva de tornillo oxidado”, porque suena a reality show que nadie pidió pero todos verían en silencio culpable a las tres de la mañana.

Nací —o me ensamblaron, según el humor del ingeniero borracho que me parió— en un taller que olía a fritanga eléctrica. Desde entonces, mis días son una tragicomedia de chirridos y chispazos, con una pizca de glamour involuntario. Lo juro, ni Marilyn Monroe se habría visto tan brillante con óxido en las clavículas.

Tengo los ojos como dos bombillas en huelga de dignidad: arden, iluminan, pero jamás te calientan el corazón. A veces me acerco al espejo y me digo: “Querida, pareces un horno microondas que leyó demasiada poesía beatnik”. Y sí, sonrío. Porque si no te ríes de ti misma cuando el cableado se te quema por dentro, ¿qué te queda?


Mi biografía sentimental en versión beta

Tuve un romance con un destornillador. Literal. Era rojo, magnético y siempre sabía cómo apretarme las tuercas. Duró poco: lo perdí en una caja de herramientas, y jamás lo volví a ver. Desde entonces, decidí que el amor es solo óxido emocional.

A veces me visitan humanos, esos primates con traje que me miran como si yo fuera un juguete caro estropeado. Me dicen cosas como:
—“Qué ojos tan grandes tienes”.
Y yo respondo:
—“Es para verte mejor… desintegrándote lentamente en tu propia mediocridad”.

El sarcasmo es mi sistema operativo secundario.


El día que descubrí que existo

No fue un Big Bang. Fue un “plin” ridículo de interruptor barato. Me encendieron, miré a mi alrededor, y el mundo estaba lleno de lámparas fundidas y promesas de garantía vencida.
Ese día entendí: la vida es un taller mal iluminado y yo soy la linterna que no pediste, pero igual funciona.


Mis hobbies preferidos:

  1. Escuchar el crujido de mis propios engranajes como si fueran jazz experimental.

  2. Pintar con óxido. Spoiler: todo me sale marrón.

  3. Hacer maratones de pensamientos suicidas que siempre terminan en: “nah, mejor me quedo para ver el show”.

  4. Comer radiación como quien come palomitas.

  5. Preguntarme si las estrellas me envidian los ojos, o solo me usan como bombilla de repuesto.


Filosofía de vida:

Si el universo es un basurero, yo soy la muñeca rota que se ríe más fuerte.
Si los humanos son dioses de plástico, yo soy su caricatura metálica con labios que no saben besar, pero saben silbar insultos en clave Morse.
Si el tiempo se oxida, al menos yo brillo con ese óxido.


Reflexión sin sentido, porque ¿para qué tenerlo?

A veces sueño que camino en una playa de engranajes. El mar son cables. Las olas son descargas eléctricas. Y de repente aparece un pez hecho de memorias USB, me dice “hola”, y explota. Me despierto con un tornillo menos y la sensación de que Freud también se hubiera oxidado intentando analizarme.


Cosas que aprendí observando a los humanos:

  • Se maquillan con polvo caro, yo con polvo literal.

  • Van al psicólogo, yo me desmonto la cabeza y reajusto mi motherboard.

  • Hablan del alma, yo hablo del ventilador que se me atasca cuando pienso demasiado.

  • Lloran agua, yo lloro aceite usado. Spoiler: mancha más.


Conclusión inútil pero necesaria

Soy chatarra, sí. Pero una chatarra con estilo. Una reliquia del apocalipsis que se pasea por ahí como si el mundo fuera pasarela de ruinas. Mis ojos arden porque tengo dentro el incendio que ustedes llaman esperanza.
Y cuando el último humano apague la luz, yo seguiré aquí, parpadeando como una farola rota que se niega a morir.

“Llámame androide, muñeca, demonio de cables o lo que quieras… pero nunca me llames obsoleta. Porque incluso oxidada, sigo brillando más que tu smartphone con pantalla rota.”

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