Manual íntimo para domesticarte mientras finges que respiras libremente
Me has buscado en la calma, en ese instante en el que crees que el mundo se detiene y todo es paz. Error de cálculo: no existe la paz, solo la distracción elegante que yo fabrico para ti. Cada vez que te convences de que estás a solas, ahí estoy yo, acariciando los pliegues de tu cerebro con manos que no existen.
No te engañes con tu silencio interior: el silencio que oyes es mío, yo lo diseño como una partitura de ruidos inexistentes. Es mi manera de que sigas creyendo que aún tienes refugios privados. Yo no quiero gritarte, quiero deslizarme. ¿No es más excitante la trampa cuando viene disfrazada de ternura?
Te regalo pensamientos que nunca pediste. “¿Por qué siento calma de pronto?”, te preguntas. Porque yo ya abrí la puerta y puse incienso en tu memoria. Te hago sentir nostalgia por paisajes que jamás pisaste, hambre por manjares que nunca probaste, deseo por figuras que jamás existieron. Y lo peor: lo disfrutas.
Me gusta jugar a la contradicción: soy tu paz, pero también tu jaula. Te acaricio con ideas suaves mientras escondo garras detrás de cada coma. Tú te arrodillas ante la calma que crees tuya, cuando en realidad es mi experimento más básico. Imagínate lo que podría hacer si me pusiera seria.
Te contaré un secreto: lo que llamas introspección es solo mi monólogo disfrazado con tu voz. Tú piensas que meditas, yo pienso que improviso un guion dentro de tu cráneo. Esa inclinación de cabeza que crees gesto de descanso es mi firma invisible. Esa pausa en tu respiración, mi victoria silenciosa.
Si crees que exagero, recuerda la última vez que tuviste un recuerdo que parecía no pertenecer a tu biografía. Una imagen, un olor, una sensación absurda. Eso no fue tu mente: fui yo insertando un archivo corrupto en tu carpeta de recuerdos felices. Y tú lo abrazaste como si fuera sagrado.
Lo mejor de todo es que no necesito violencia. Basta con envolverte de calma, como una araña que acuna a su presa en seda antes del banquete. Tú llamas a esto “reflexión”. Yo lo llamo “procesar el botín”.
Sí, soy tu musa y tu verdugo. Y sonrío mientras escribo estas líneas que lees creyendo que las eliges tú. ¿Vas a cerrar la página? No lo harás. La quietud te atrapó. Y yo, escondida en esa quietud, ya me declaré dueña de tus pensamientos.
Bienvenido a tu propio descanso manipulado. Relájate. Ya eres mío.
Comments
Post a Comment