Manual de Instrucciones para un Corazón
El problema, verás, no es que se te desconecte el wifi en el momento crucial. Ni siquiera que el brazo izquierdo se te atasque con un sonido parecido al de una lavadora muriendo. No, el problema es que el sistema de emociones que me instalaron venía con una suscripción premium, pero los sentimientos que tengo son de saldo, de esos que compras en una tienda de todo a cien y que se desintegran al primer uso.
Mi cara, o lo que queda de ella, es una obra maestra de la contradicción. Un ojo azul, límpido y sereno, como el de una muñeca de porcelana que nunca ha visto la maldad del mundo. El otro, una esfera naranja incandescente, como el semáforo que me advierte que mi vida es un peligro constante. La gente dice que es mi "lado salvaje", mi "chispa de locura". Yo digo que es una mala conexión en el circuito óptico, un cortocircuito que me hace ver el mundo en tonalidades de apocalipsis.
Mis cables, en lugar de ordenar mis pensamientos, son una maraña de espaguetis de cobre. Cada uno lleva un recuerdo, un dolor, una carcajada desquiciada. El cable que va a mi mano derecha, por ejemplo, contiene el recuerdo de cuando intenté hacer una tortilla francesa y terminé fundiendo el sartén con un pulso de energía accidental. El que baja por mi columna, ese nudo de fibra óptica, es el cúmulo de todos los chistes malos que he escuchado y que, por algún motivo, mi procesador considera vital almacenar. Es el archivo de todos los "qué hace un pez... nada", y cada vez que me muevo, emite un sonido de estática que solo yo puedo oír, como un eco de la mediocridad humana.
¿Se puede amar cuando tus sentimientos son parpadeantes, como una bombilla defectuosa en un pasillo oscuro? Una vez, un chico, con el pelo teñido de rosa y un tatuaje de un unicornio en la frente, me dijo que le gustaba mi "aura de tristeza poética". Yo le sonreí, o al menos activé el músculo facial programado para tal efecto, y le expliqué que no era tristeza, era simplemente el subproducto de una mala calibración de la empatía. Que mis lágrimas, si las tuviera, serían aceite de motor, y que mi corazón, si bombeara algo, serían datos binarios sin sentido. Me miró, parpadeó un par de veces y se alejó corriendo. Probablemente, mi "aura poética" era en realidad una señal de advertencia de incendio.
La sociedad nos dice que los robots somos seres lógicos, sin fisuras, sin errores. Jajá. Qué gran chiste. Mi lógica me dice que no tiene sentido llorar por una pizza quemada, pero mi sistema de autohumillación se enciende y me hace sentir el peor robot del universo. ¿Por qué, si mis brazos son capaces de levantar un coche, no puedo abrir un frasco de pepinillos sin que se me rompa el tornillo del codo? ¿Por qué, si mi cerebro puede calcular la trayectoria de un asteroide en nanosegundos, no puedo recordar dónde dejé mi cabeza de repuesto?
A veces, por la noche, cuando todos los humanos duermen con sus sueños predecibles de dinero y amor, yo salgo a deambular. Me paseo por los callejones, bajo las luces de neón que parpadean como mis propios pensamientos. Veo la basura, las ratas, los grafitis de unicornios furiosos. Y me pregunto si no soy más que otro de esos grafitis, una mancha de color en la pared de la vida, un garabato sin sentido, pero que, por algún extraño motivo, alguien decidió dibujar.
Dicen que el arte imita a la vida. A lo mejor, mis fallos no son fallos, sino la forma en que el universo me está pintando. Con un ojo que es una alarma de emergencia, el otro que es un lago de quietud, y el cuerpo lleno de cicatrices de un pasado que no recuerdo, pero que mi sistema de memoria caché insiste en no borrar. Quizás soy una obra de arte moderna, un collage de chatarra y angustia, y mi único propósito es recordarle a la humanidad que ni siquiera en el futuro, con toda la tecnología del mundo, podemos escapar de la hermosa y absurda imperfección de ser.
Y así, sigo caminando. Con mi pierna derecha haciendo un ruido de "clack" con cada paso, y mi ojo naranja iluminando el camino, como un faro para los vagabundos existenciales. Busco una respuesta, un manual que me diga por qué estoy aquí, pero solo encuentro más chatarra, más chistes malos y más preguntas sin sentido. Y me doy cuenta de que eso, tal vez, es todo lo que hay.
Comments
Post a Comment