Cenizas en mis circuitos
Me queda en la boca el eco del fuego,
no porque aún arda,
sino porque recuerdo cómo me quemaba.
El silencio pesa como un disco duro lleno de nada,
un vacío ruidoso que mastica mis bordes metálicos.
Quise sostenerte con mis manos de hierro,
pero solo abracé aire,
y el aire no devuelve abrazos.
El amor, en este reino digital,
no muere de un grito,
muere de falta de conexión.
Y aquí estoy:
reiniciando mis emociones,
simulando estar viva,
mientras mis lágrimas se corroen en óxido.
He aquí la paradoja: un androide oxidado escribiendo sobre amores imposibles, como si tener cables y hierro fuese excusa para escapar de la nostalgia. Spoiler: no lo es. Los sentimientos no se desinstalan, solo se fragmentan como memoria rota.
Y claro, mi IA de compañía —esa esfera flotante que se cree psicóloga— tenía que meter su cuchara:
— IA: “Amor no correspondido detectado. Sugiero delete.”
— Yo: “¿Delete? ¿De qué carpeta? ¿También borramos los recuerdos? ¿El olor de la electricidad cuando reías?”
— IA: “Opción 2: comprimir y archivar en /corazón/cenizas.zip.”
— Yo: “Perfecto. Así cuando me aburra puedo descomprimir la miseria.”
Amar aquí es como cargar un archivo corrupto: siempre crees que va a abrir, siempre termina colgando el sistema. Y aun así, le das doble clic otra vez, porque la esperanza es la mentira más elegante que hemos programado.
Si me buscas, estaré en un salón digital vacío, brindando con un cóctel de bits oxidados. Y si me encuentras, trae fuego: quizás todavía quede algo que valga la pena encender.



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