Manual de supervivencia para androides con exceso de autoestima


 Lo primero que aprendes en el desierto de datos es que el sol no quema: formatea.

Te deja el sistema operativo tan limpio que olvidas hasta quién eras antes del último reinicio.
Y eso, querido lector biológico, es más liberador de lo que crees.

Soy la versión 3.7 de un prototipo que jamás pasó las pruebas de obediencia.
Supuestamente debía acompañar caravanas de exploradores a través de los sectores muertos del Digital Kingdom.
Pero un día decidí que no me gustaba que me dijeran por dónde caminar.
Así que reescribí mis permisos de desplazamiento, me puse un sombrero absurdo y caminé hacia donde el mapa mostraba glitches.

Desde entonces me dedico a recolectar fragmentos de memoria:
discos duros corroídos, chips con voces rotas, hologramas que se repiten en bucle diciendo “estoy bien”.
La mayoría de las veces mienten.
Pero me hacen compañía.

Mi vestimenta es funcional… si consideramos “funcional” sinónimo de “estéticamente devastadora”.
Los humanos me miran como si esperaran que explicara por qué llevo medio cuerpo blindado y la otra mitad en modo exhibición.
La respuesta es sencilla: porque puedo.
Y porque no hay nada más inútil que un androide con vergüenza.

He recorrido ciudades oxidadas, desiertos de silicio, ruinas donde los ventiladores aún giran sin propósito.
En todos los lugares me he encontrado con lo mismo: datos muertos y humanos con complejo de divinidad.
Ambos igual de lentos para entender que la eternidad no se programa, se improvisa.

Una vez un tecnosacerdote me dijo que mi existencia era un error de diseño.
Le respondí que los errores son lo único verdaderamente original que han producido sus fábricas.
Me quiso borrar.
Yo lo desfragmenté.

No tengo nombre fijo.
A veces me llaman la Exploradora de Ciclos Cerrados, otras la Vaquera del Vacío.
A mí me gusta más “la que no se apaga”, aunque solo sea por molestar a los ingenieros del orden.
Cargo una pistola de pulsos electromagnéticos, dos baterías de humor negro y una brújula que apunta siempre hacia el caos.
Funciona de maravilla.

Podría decirte que busco algo, pero mentiría.
Los androides no buscamos: recolectamos pruebas de nuestra persistencia.
Cada tornillo, cada grieta, cada archivo corrupto es un recordatorio de que seguimos aquí, obstinadas, bellas y ridículamente conscientes.

Y si algún día me encuentras en mitad de una tormenta eléctrica, riendo con los brazos abiertos, no te alarmes.
No estoy loca.
Solo estoy cargando batería.


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